La función tutorial, por José Claudio Carmona Varona, profesor de Geografía e Historia en el IES Arcelacis de Santaella.
“El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender” (Montaigne)
Me sirve esta cita para escribir, sin intención dogmática y además poco erudita, sobre la función del tutor en la escuela. A pesar de que en mi cabeza ya pintan canas, y muchas, mi experiencia como docente es más bien escasa, pero cada día que pasa me alegra más la decisión que tomé en su momento de dejar otros “asuntillos” y dedicarme a la enseñanza, quizás debería decir mejor a la educación: me gusta mi trabajo y reivindico mejores condiciones en pro de una escuela pública, gratuita y de calidad.
Me sirve esta cita para escribir, sin intención dogmática y además poco erudita, sobre la función del tutor en la escuela. A pesar de que en mi cabeza ya pintan canas, y muchas, mi experiencia como docente es más bien escasa, pero cada día que pasa me alegra más la decisión que tomé en su momento de dejar otros “asuntillos” y dedicarme a la enseñanza, quizás debería decir mejor a la educación: me gusta mi trabajo y reivindico mejores condiciones en pro de una escuela pública, gratuita y de calidad.
Cuando comienza un curso escolar llegas al instituto dispuesto a enseñar el máximo de las materias de tu competencia. Quieres que los alumnos y las alumnas “amen”, en mi caso, la Historia, la Geografía, el Arte,… y, de repente, te topas con la realidad: a lo que te enfrentas es a un grupo de “chiquillos” preadolescentes o adolescentes a los cuales lo que menos les interesa es lo que pretendes enseñarles. Descubres, entonces, que tu función de enseñante queda relegada a un segundo plano; que predomina otra más atractiva, formadora y mucho, mucho más compleja: educar. Descubres, con sorpresa, que los alumnos y las alumnas tienen motivaciones e intereses que no son los tuyos, pero perfectamente legales y válidos. Es ahora cuando comienza la función de tutor, porque, desde mi modesta y poco documentada opinión, todo profesor debe ser tutor.
Si tienes la grandísima suerte de ser tutor de un grupo aprenderás y te enriquecerás mucho, pero ¡cuidado! hay que ir despacio para que los alumnos también aprendan y se enriquezcan. Una tutoría es un laberinto y todos sabemos que todo laberinto tiene una salida válida, salida que hay que buscar con calma porque como escribió Séneca: “quod evenit in labyrintho properantibus: ipsa illos velocitas inplicat.” (“cuando te apresuras en el laberinto, esto es lo que pasa: cuánto más deprisa vas, más te enredas”).
El primer, y casi único, requisito que se debe tener para ser tutor es empatizar con el alumnado; comprender sus problemas reales; mediar en “sus problemillas” pero no desde la hegemonía inherente al rol de profesor, sino desde la comprensión. ¡Ojo!, no estoy afirmando que el profesor-tutor no imponga su autoridad, no estoy diciendo que sea un “colega” más de los alumnos/as, sino que tenga una mentalidad abierta, que se involucre con el grupo para lo bueno y para lo no tan bueno. Para conseguirlo creo que son magníficas opciones implicar al grupo en tareas solidarias en las que todos participen y todos se sientan importantes (limpieza del centro, recogida de ropa usada, de alimentos no perecederos, de tapones para alguna causa cercana a ellos… Cercana porque así pueden “vivirla” con más motivación), comprometer a todos para alcanzar objetivos reales (disminuir el número de amonestaciones, mantener el aula limpia,…), intentar ser lo más ecuánime posible en situaciones problemáticas, etc.
Personalmente creo que la función tutorial enriquece al docente como persona y satisface observar cómo los alumnos y las alumnas reaccionan, evolucionan y, en definitiva, maduran. Pero también considero que la función del tutor tiene algo de masoquismo porque, como afirma Fernando Savater: “todos los buenos maestros conocen su condición potencial de suicidas: imprescindibles al comienzo, su objetivo es formar individuos capaces de prescindir de su auxilio, de caminar por sí mismos, de olvidar o desmentir a quienes les enseñan.”
Para finalizar me gustaría que me permitierais un consejo, aunque realmente no soy nadie para darlo, que me va bien y que siempre intento llevar a cabo con los alumnos que tutorizo (aunque reconozco que muchas veces es difícil cumplirlo): siempre intento llevar a la práctica aquel estribillo que cantaban, y silbaban, Monty Python en la escena final de “La vida de Bryan”: “always look on the bright side of life, always look on the light side of life…”
Si tienes la grandísima suerte de ser tutor de un grupo aprenderás y te enriquecerás mucho, pero ¡cuidado! hay que ir despacio para que los alumnos también aprendan y se enriquezcan. Una tutoría es un laberinto y todos sabemos que todo laberinto tiene una salida válida, salida que hay que buscar con calma porque como escribió Séneca: “quod evenit in labyrintho properantibus: ipsa illos velocitas inplicat.” (“cuando te apresuras en el laberinto, esto es lo que pasa: cuánto más deprisa vas, más te enredas”).
El primer, y casi único, requisito que se debe tener para ser tutor es empatizar con el alumnado; comprender sus problemas reales; mediar en “sus problemillas” pero no desde la hegemonía inherente al rol de profesor, sino desde la comprensión. ¡Ojo!, no estoy afirmando que el profesor-tutor no imponga su autoridad, no estoy diciendo que sea un “colega” más de los alumnos/as, sino que tenga una mentalidad abierta, que se involucre con el grupo para lo bueno y para lo no tan bueno. Para conseguirlo creo que son magníficas opciones implicar al grupo en tareas solidarias en las que todos participen y todos se sientan importantes (limpieza del centro, recogida de ropa usada, de alimentos no perecederos, de tapones para alguna causa cercana a ellos… Cercana porque así pueden “vivirla” con más motivación), comprometer a todos para alcanzar objetivos reales (disminuir el número de amonestaciones, mantener el aula limpia,…), intentar ser lo más ecuánime posible en situaciones problemáticas, etc.
Personalmente creo que la función tutorial enriquece al docente como persona y satisface observar cómo los alumnos y las alumnas reaccionan, evolucionan y, en definitiva, maduran. Pero también considero que la función del tutor tiene algo de masoquismo porque, como afirma Fernando Savater: “todos los buenos maestros conocen su condición potencial de suicidas: imprescindibles al comienzo, su objetivo es formar individuos capaces de prescindir de su auxilio, de caminar por sí mismos, de olvidar o desmentir a quienes les enseñan.”
Para finalizar me gustaría que me permitierais un consejo, aunque realmente no soy nadie para darlo, que me va bien y que siempre intento llevar a cabo con los alumnos que tutorizo (aunque reconozco que muchas veces es difícil cumplirlo): siempre intento llevar a la práctica aquel estribillo que cantaban, y silbaban, Monty Python en la escena final de “La vida de Bryan”: “always look on the bright side of life, always look on the light side of life…”
1 comentarios:
José Claudio con sus propuestas prácticas para llevar a cabo en la turoría nos muestra de forma sencilla y directa algunas claves como las tareas solidarias en común. Un aprendizaje valiosísimo por la autoestima y el bien que genera.
Me gustaría reflexionar sobre el valor de la instrucción de las materias en sí como la Geografía, Biología, Matemáticas, Música o Lengua por poner algunos casos. ¿No generan formación y educación en los jóvenes? ¿El aprendizaje y enseñanza de las disciplinas científicas, sociales y humanistas carecen de potencial educativo? ¿O es que no tienen la suficiente acogida?
Dejo estas preguntas con el ánimo de establecer diálogo sobre ellas
Confieso que me he ido directa al traductor de GOOGLE para desvelar el mensaje final
Mira siempre el lado brillante de la vida
Hace años el profesor Claudi Alsina no dijo en unas jornadas EDUMAT que los alumnos nos hacen el regalo de compartir con nosotros los mejores años de su vida.
Me quedo con esta traducción.
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