La formación del profesorado, piedra angular de la mejora educativa, por Paco España, profesor de matemáticas y vicedirector del Centro del Profesorado "Luisa Revuelta" de Córdoba.
Volvemos a estar a las puertas de una nueva modificación de la ley educativa, una ley que es la séptima reforma en profundidad del sistema educativo de la democracia y que antes de nacer parece venir ya con fecha de caducidad, por lo que la octava no andará muy lejos.
Cada una de estas reformas se sustenta en una determinada filosofía educativa con la que podemos estar más o menos de acuerdo. Algunas dicen primar la cultura del esfuerzo y la excelencia, otras la enseñanza comprensiva y la igualdad de oportunidades. Pueden ser más o menos radicales en aspectos organizativos o de gestión de los centros, alterar los criterios de promoción o titulación, las materias impartidas o introducir nuevos elementos como las competencias o los estándares de aprendizaje.
Cada una de estas reformas se sustenta en una determinada filosofía educativa con la que podemos estar más o menos de acuerdo. Algunas dicen primar la cultura del esfuerzo y la excelencia, otras la enseñanza comprensiva y la igualdad de oportunidades. Pueden ser más o menos radicales en aspectos organizativos o de gestión de los centros, alterar los criterios de promoción o titulación, las materias impartidas o introducir nuevos elementos como las competencias o los estándares de aprendizaje.
Lo cierto es que la ansiada mejora de la educación parece no llegar nunca. Entre otras cosas porque para empezar debemos acordar qué debe evaluarse y quién y cómo hacerlo. En la actualidad, estas cuestiones se encuentran delegadas en las pruebas de evaluación externas, especialmente las pruebas PISA. Cuando estas pruebas publican sus conclusiones los titulares se llenan de visiones sesgadas y fuera de contexto de estas conclusiones y son estos titulares los que van quedando en el inconsciente colectivo como fotografía de la educación actual. Y lo que es aún peor, muchas decisiones educativas se justifican, esperemos que el fondo sea otro, basándose en estos titulares simplistas.
Pero, ¿tienen estos cambios normativos influencia real en la mejora educativa? Parece que no mucho. Entre 2006 y 2007, la consultora inglesa McKinsey & Company en 2007, realizó un estudio que tenía como objetivo comprender cuáles eran las claves de los sistemas educativos considerados más eficaces por los altos niveles de desempeño que conseguían en su alumnado. Fruto de esa investigación elaboraron un informe que ha sido desde entonces muy alabado y que se conoce como informe Mckinsey.
Las conclusiones que arroja es que no basta con realizar reformas estructurales en los sistemas sin que haya un cambio de enfoque en la enseñanza, en la formación del profesorado y en las prácticas de aulas. Ni, por ejemplo, la disminución de la ratio de alumnos por clase ni el aumento de número de profesores causan un impacto suficientemente significativo en la mejora de los resultados académicos. Los sistemas educativos más eficaces tienen en común la implementación de medidas enfocadas a mejorar principalmente la calidad de sus docentes.
Numerosas investigaciones y estudios científicos independientes, así como por diversos informes de la Unión Europea avalan también esta tesis y muestran los vínculos directos entre los programas de formación del profesorado y la mejora de la educación y de los resultados del aprendizaje.
Centrándonos en el caso de la formación permanente, la inversión en formación del profesorado entre las distintas comunidades autónomas es muy desigual. En el caso particular de Andalucía es innegable el esfuerzo que se realiza pero, a falta de una evaluación rigurosa del impacto que tiene esta inversión en la mejora de la práctica educativa, la impresión generalizada es que no está repercutiendo como sería deseable. Las metodologías, recursos y procesos de evaluación continúan en muchos casos siendo los mismos, lo cual es especialmente extraño ante los cambios vertiginosos que nuestra sociedad está experimentando: cambios de modelo de familias, heterogeneidad de la población, cambios en el modelo de acceso a la información, en la forma de relacionarnos, etc.
¿Está el profesorado preparado ante estos nuevos retos? Incluso dando por cierto, aunque es falso, que se parte de una adecuada formación inicial, ésta no podría dar respuesta en ningún caso a las diversas experiencias educativas ante los distintos tipos de centros y los contextos cambiantes. Aunque sólo sea mediante una formación informal basada en la experiencia y en el intercambio con otros compañeros y compañeras, el desarrollo profesional es algo constante en todos los docentes, pero esta formación basada en la experiencia no puede ser suficiente para afrontar estos desafíos.
Los centros del profesorado parecen las instituciones ideales para ayudar al docente en su desarrollo profesional, ya que se encuentran cercanos a las realidades del aula y los procesos formativos son conducidos mayoritariamente por docentes que conocen de primera mano las temáticas que abordan. Sin embargo, muchos docentes no se involucran en procesos formativos promovidos por los centros del profesorado en ninguna de sus modalidades, ni en las formales (formaciones en centros, grupos de trabajo, cursos presenciales, teleformación, jornadas, etc.) ni en las informales, como las redes profesionales.
¿Cuáles son las razones de este desapego de parte del profesorado ante los procesos formativos y los centros del profesorado? Como suele ocurrir casi siempre, los motivos son muy diversos y son provocados por las administraciones educativas que, ante la constante modificación de los paradigmas educativos, transmiten al docente la idea de que todo es provisional y que no merece la pena la formación rigurosa en algo que seguramente se modificará en pocos años; por los centros del profesorado, que deben dar a conocer mejor entre los centros de su ámbito la labor que realizan y centrar la actividades que proponen a ayudar de forma concreta y realista al profesorado, a mejorar su práctica educativa y a proporcionarle recursos y estrategias, y también incide en este desapego el individualismo tradicional del docente (mientras paradójicamente se insiste en muchos casos en que el alumnado trabaje de forma colaborativa), la desconfianza ante la ayuda que pueden ofrecerles “cualquiera que no esté ante la tiza”, como los EOE o los centros del profesorado, fruto muchas veces del desconocimiento de la labor que estos realizan.
Son muchas más y seguramente más profundas las causas que pueden enumerarse para justificar esta separación entre muchos docentes y los mecanismos de formación que se ponen a su alcance, pero sea cuales sean las que se consideren, el resultado es que lastran de forma importante el desarrollo profesional del docente y ninguna reforma será capaz de mejorar la educación significativamente si no garantiza una buena formación del profesorado, su eslabón más importante.
Pero, ¿tienen estos cambios normativos influencia real en la mejora educativa? Parece que no mucho. Entre 2006 y 2007, la consultora inglesa McKinsey & Company en 2007, realizó un estudio que tenía como objetivo comprender cuáles eran las claves de los sistemas educativos considerados más eficaces por los altos niveles de desempeño que conseguían en su alumnado. Fruto de esa investigación elaboraron un informe que ha sido desde entonces muy alabado y que se conoce como informe Mckinsey.
Las conclusiones que arroja es que no basta con realizar reformas estructurales en los sistemas sin que haya un cambio de enfoque en la enseñanza, en la formación del profesorado y en las prácticas de aulas. Ni, por ejemplo, la disminución de la ratio de alumnos por clase ni el aumento de número de profesores causan un impacto suficientemente significativo en la mejora de los resultados académicos. Los sistemas educativos más eficaces tienen en común la implementación de medidas enfocadas a mejorar principalmente la calidad de sus docentes.
Numerosas investigaciones y estudios científicos independientes, así como por diversos informes de la Unión Europea avalan también esta tesis y muestran los vínculos directos entre los programas de formación del profesorado y la mejora de la educación y de los resultados del aprendizaje.
Centrándonos en el caso de la formación permanente, la inversión en formación del profesorado entre las distintas comunidades autónomas es muy desigual. En el caso particular de Andalucía es innegable el esfuerzo que se realiza pero, a falta de una evaluación rigurosa del impacto que tiene esta inversión en la mejora de la práctica educativa, la impresión generalizada es que no está repercutiendo como sería deseable. Las metodologías, recursos y procesos de evaluación continúan en muchos casos siendo los mismos, lo cual es especialmente extraño ante los cambios vertiginosos que nuestra sociedad está experimentando: cambios de modelo de familias, heterogeneidad de la población, cambios en el modelo de acceso a la información, en la forma de relacionarnos, etc.
¿Está el profesorado preparado ante estos nuevos retos? Incluso dando por cierto, aunque es falso, que se parte de una adecuada formación inicial, ésta no podría dar respuesta en ningún caso a las diversas experiencias educativas ante los distintos tipos de centros y los contextos cambiantes. Aunque sólo sea mediante una formación informal basada en la experiencia y en el intercambio con otros compañeros y compañeras, el desarrollo profesional es algo constante en todos los docentes, pero esta formación basada en la experiencia no puede ser suficiente para afrontar estos desafíos.
Los centros del profesorado parecen las instituciones ideales para ayudar al docente en su desarrollo profesional, ya que se encuentran cercanos a las realidades del aula y los procesos formativos son conducidos mayoritariamente por docentes que conocen de primera mano las temáticas que abordan. Sin embargo, muchos docentes no se involucran en procesos formativos promovidos por los centros del profesorado en ninguna de sus modalidades, ni en las formales (formaciones en centros, grupos de trabajo, cursos presenciales, teleformación, jornadas, etc.) ni en las informales, como las redes profesionales.
¿Cuáles son las razones de este desapego de parte del profesorado ante los procesos formativos y los centros del profesorado? Como suele ocurrir casi siempre, los motivos son muy diversos y son provocados por las administraciones educativas que, ante la constante modificación de los paradigmas educativos, transmiten al docente la idea de que todo es provisional y que no merece la pena la formación rigurosa en algo que seguramente se modificará en pocos años; por los centros del profesorado, que deben dar a conocer mejor entre los centros de su ámbito la labor que realizan y centrar la actividades que proponen a ayudar de forma concreta y realista al profesorado, a mejorar su práctica educativa y a proporcionarle recursos y estrategias, y también incide en este desapego el individualismo tradicional del docente (mientras paradójicamente se insiste en muchos casos en que el alumnado trabaje de forma colaborativa), la desconfianza ante la ayuda que pueden ofrecerles “cualquiera que no esté ante la tiza”, como los EOE o los centros del profesorado, fruto muchas veces del desconocimiento de la labor que estos realizan.
Son muchas más y seguramente más profundas las causas que pueden enumerarse para justificar esta separación entre muchos docentes y los mecanismos de formación que se ponen a su alcance, pero sea cuales sean las que se consideren, el resultado es que lastran de forma importante el desarrollo profesional del docente y ninguna reforma será capaz de mejorar la educación significativamente si no garantiza una buena formación del profesorado, su eslabón más importante.
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