jueves, 26 de abril de 2018

La enseñanza de adultos en nuestros IES, por Ángel Delgado Moreno

La enseñanza de adultos en nuestros IES, por Ángel Delgado Moreno, profesor de Matemáticas en el IES Manuel Reina de Puente Genil.


Es hora de que en una revista sobre educación como EduCan nos paremos y prestemos un poco de atención a una enseñanza que muchas veces pasa desapercibida y olvidada tanto por buena parte del profesorado como por buena parte del alumnado: la enseñanza de adultos, conocida tradicionalmente por los unos y por los otros como “el nocturno”. Hay que matizar que la denominación oficial no es Educación de Adultos, sino Educación Permanente.
Y pasa desapercibida por varios motivos.
Por un lado la mayoría de los institutos sólo tienen enseñanzas en régimen de diurno, con lo que tanto para el profesorado como para el alumnado dichas enseñanzas “no existen”. Es decir, ni están en los posibles grupos que podamos coger como docentes, ni están entre las enseñanzas que le ofrece el centro al alumnado.
Por otro lado, dichas enseñanzas sólo se ofrecen en institutos “grandes”, que suelen coincidir con los antiguos institutos de bachillerato de los pueblos más poblados de nuestra comarca.
Esto conlleva que cuando llegamos como profesores a escoger nuestros grupos a principio de curso, la mayoría del profesorado no ha estado antes en un centro con enseñanza de adultos, con lo que suele rechazar esos grupos que suelen terminar formando parte del horario de los profesores interinos. Esto tiene como consecuencia que el alumnado va a tener la mayoría de profesores distintos de un año para otro.
El alumnado suele ver estas enseñanzas desde unas perspectivas muy polarizadas. El alumnado brillante académicamente está en el diurno y suele considerar que estas enseñanzas “son para torpes” y no quiere ni oír hablar de ellas. El alumnado menos brillante a veces ve en estas enseñanzas una forma “más fácil” de sacarse el título, sobre todo el de la Educación Secundaria.
A lo anterior hay que añadir que en buena parte de nuestras localidades no hay centros que ofrezcan esas enseñanzas, u ofrecen algunas sí y otras no, con lo que para el alumnado asistir a estas clases supone desplazarse desde su localidad de residencia a otra, que no suele ser muy lejana, varios días a la semana.
Personalmente opino que la principal función de la enseñanza de adultos es ofrecer una segunda oportunidad a personas que, por un motivo o por otro, dejaron de estudiar. La casuística es muy variada: gente que decidió, voluntariamente, dejar de estudiar; casos de machismo por parte de los padres; casos de necesidad familiar de incorporarse al mercado laboral, casos de alumnos que no se adaptaron al sistema convencional, etc. Pasados unos años, se han dado cuenta de su error y han decidido volver a intentarlo.
Ésa es la principal función del nocturno. Y buena parte de nuestro alumnado consigue hacer buen uso de él.

En lo que sigue de artículo no voy a hablar de los ciclos formativos que también se desarrollan en el nocturno, por no ser yo profesor de dichas enseñanzas. Éstas deberán ser comentadas por un profesor de ellas en otro artículo.
Ahora hay que distinguir que en lo que se refiere a enseñanzas hay dos tipos. Por un lado está la Educación Secundaria de Personas Adultas, la E.S.P.A., que, prácticamente es semipresencial en toda Andalucía.
Por el otro lado está el Bachillerato de adultos, que en éste sí hay más variedad, ya que el de Ciencias suele ser presencial, y el de Humanidades y Ciencias Sociales unas veces es presencial y otras es semipresencial. Depende mucho del centro del que estemos hablando. Bachillerato de Arte de adultos no suele haberlo en las localidades de nuestro entorno. Quizás lo haya en las capitales de provincia.
Respecto a la metodología que debemos usar con nuestro alumnado es, en mi opinión, variada.
El alumnado de la E.S.P.A. suele ser mayoritariamente un alumnado mucho más joven, que muchas veces acaba de abandonar las enseñanzas obligatorias el curso inmediatamente anterior. La mayoría de este alumnado sólo está motivado por “sacarse el título en el nocturno” y luego quiere dejar de estudiar.
Desde que se ha impuesto la modalidad semipresencial, este alumnado tiene dos tipos de clases. Por un lado tiene que ir leyendo y estudiando los apuntes que se encuentran colgados en la plataforma de Educación Semipresencial de la Consejería, e ir mandando las tareas que la misma plataforma propone al profesor que tiene en su centro de referencia. Además, dichos apuntes y tareas se suelen complementar con los apuntes y tareas que cada profesor en concreto va diseñando.
Después, tiene que ir a clase presencial algunos días a la semana a atender a las explicaciones complementarias a los apuntes, las tareas y las que correspondan que el tutor les dé en las clases presenciales.
Las asignaturas están organizadas en tres grandes ámbitos: Ámbito de Comunicación (que engloba las asignaturas tradicionales de Lengua Española y Literatura, así como la Lengua Extranjera), Ámbito Científico Tecnológico (que engloba Ciencias Naturales, Matemáticas y Tecnología) y Ámbito Social (que engloba Geografía, Historia, Economía y algo de Ética).
Además, las evaluaciones son trimestrales, y una vez aprobado un trimestre de un ámbito ya se queda guardado ese aprobado. Es decir, no hay evaluación continua por curso, sino por Módulos con temporalización trimestral.
En mi opinión, respecto a la metodología para este alumnado hay que ser flexible con él, pero hay que obligarles a leer todos los temas que están colgados en la plataforma y obligarles a hacer las tareas que se propongan en la misma.
Es decir, nuestra metodología como docentes debe ser flexible, pero adecuado a los contenidos que hay colgados en los temas de la plataforma.
La plataforma es un sistema que se basa en el trabajo por proyectos, a través de tareas. Realmente es un medio asincrónico de trabajo para el alumnado, ya que le permite trabajar cuando cada uno de ellos pueda, y es deslocalizado porque cada uno de ellos puede trabajar con su ordenador o tablet donde pueda. No está forzado a ir unos días fijos a un sitio fijo a recibir las enseñanzas.
El peor enemigo que tienen estas enseñanzas es el propio alumnado, que muchas veces no es capaz de imponerse a sí mismo una rutina de trabajo y estudio y, so pretexto de que ya harán lo que haya en la plataforma, muchas veces terminan abandonando los estudios.
Por otro lado, está el Bachillerato de adultos. El alumnado que recibe estas enseñanzas es diverso, y podemos clasificarlo en cuatro grandes tipos:
    a) Por un lado hay gente realmente adulta, que dejó de estudiar hace algunos años y se ha reenganchado a los estudios, bien tras pasar por la E.S.P.A., bien a partir de sus antiguos títulos.
    b) Por otro lado hay gente que si bien no ha dejado de estudiar, tiene que matricularse en el nocturno porque trabaja durante el día para ayudar económicamente en sus casas.
    Estos dos tipos de alumnado son los que suelen tener mayor fuerza de voluntad y, sorprendentemente pese a la edad, son los que sueles dar mejores resultados.
    c) Por otro lado, está el alumnado más joven, proveniente de la E.S.P.A. y que, tras comprobar que los estudios de bachillerato de adultos son como los del diurno, abandona pronto estas enseñanzas.
    d) Finalmente, hay un grupo de alumnado que suele pasar directamente de terminar la E.S.O. en el diurno a hacer bachillerato en el nocturno. Este grupo es más numeroso sobre todo en segundo, porque llega mucha gente a la que le han quedado algunas asignaturas de segundo de bachillerato en el diurno y decide terminarlo en el nocturno.
Respecto a la organización de las asignaturas, es prácticamente la misma que en el diurno, con la salvedad de que se omiten algunas materias, como la Educación Física o la Religión.
En cuanto a la metodología, vuelve a ser variada en mi opinión. Con el alumnado de primero de bachillerato sí se puede ser algo más flexible, sobre todo en la organización de los contenidos, ya que se trata de atraer a dicho alumnado a estas enseñanzas. Debemos convencerlos de que, por un lado, estamos en bachillerato y esto es más “serio” que las enseñanzas de la E.S.P.A. y por el otro, hay que convencerlos de que ellos son tan capaces como el que más de aprobar un bachillerato.
Pero si nos encontramos en segundo de bachillerato no se puede ser tan flexible en la organización de los contenidos, ya que al final de curso tenemos la Prueba de Evaluación de Bachillerato, es decir, la Selectividad, y ésta es la misma para todo el mundo, tanto del diurno como del nocturno.
Bien es verdad que la mayoría de este alumnado no piensa ir a la Universidad, suele querer el título de Bachillerato para tener acceso directo a un ciclo superior o para que les puntúe en diversas pruebas, como el acceso al ejército o a la guardia civil.
Pero también es verdad que una proporción pequeña, pero no despreciable de dicho alumnado, decide ir a la selectividad e intentar una carrera.
Precisamente ésa es una parte no despreciable de nuestra labor docente, el convencerlos de que ellos son tan capaces como los del diurno de aprobar la selectividad y de estudiar una carrera. Y hay que decir que aquellos que van suelen sacar un porcentaje de aprobados similar al del diurno. Con notas que suelen ser inferiores a las de sus compañeros del diurno, pero aprobar, aprueban.

Lo he comentado anteriormente un par de veces en el artículo. En mi opinión personal, lo más importante de estas enseñanzas es el ofrecer la oportunidad de volver a estudiar al alumnado que decidió, por un motivo o por otro, dejar de estudiar. Es una labor que a veces pasa desapercibida pero que es vital para no dejar descolgada de los estudios a buena parte de la juventud.
Se suele criticar mucho la falta de asistencia del alumnado a estas enseñanzas. Y es verdad que hay alumnado que se matrícula y por varios motivos, como puedan ser el agobiarse con simultanear estudios y trabajo o el creerse no capacitados para aprobar, deja de venir a clase.
Si se pudiera dar de baja al alumnado que deja de venir a clase, se obtendrían unas estadísticas de resultados más verosímiles que las que se obtienen hoy en día, en las que el alumnado que ha dejado de venir a clase cuenta como si hubiese suspendido las asignaturas.
Mi experiencia profesional ha sido, es y espero que siga siendo muy gratificante con mi alumnado del nocturno.
Hay que reconocer que es muy difícil tener entre este alumnado a gente que logre sacar expedientes tan brillantes como los de algunos alumnos del diurno, o al menos su proporción es menor; o que si los tenemos así de inteligentes, a veces no pueden sacar todas las notas que ellos quisieran, y que serían capaces, porque no tienen tiempo suficiente para el estudio en medio de su rutina laboral.
Pero, por otro lado, es sumamente gratificante ver cómo gente mayor, con hijos y con una jornada laboral bastante extensa, busca tiempo de donde no lo hay, o apenas lo hay, para poder disfrutar estudiando y logrando sus objetivos inmediatos, como son el obtener el título de la Secundaria o el de Bachillerato. Cosa que el alumnado más rebelde del diurno no suele tener en cuenta.
Podría poner muchísimos ejemplos de alumnado digno de mención que he tenido a lo largo de todos estos años dedicado al nocturno. Quizás el más memorable sería el de un padre, trabajador agrícola, que como su hija adolescente no quería terminar la E.S.O. se matriculo a él, a su hija y al novio de ésta, primero en la E.S.A. (entonces no era E.S.P.A) y después en Bachillerato. Y, después de terminarlo, se matriculó en derecho en la U.N.E.D. Hoy en día es Graduado en Derecho por la U.N.E.D. Todo un ejemplo de superación personal, y un orgullo el haber sido su profesor.

jueves, 19 de abril de 2018

Gamificación, por Mercedes Rosales Esteo

Gamificación, por Mercedes Rosales Esteo, maestra de Pedagogía Terapéutica en el CEIP Barahona de Soto de Lucena y el IES Clara Campoamor de Lucena.

Docentes como yo nos cuestionamos a diario nuevas estrategias, herramientas o metodologías innovadoras para aplicar en el aula, capaces de despertar en nuestro alumnado el interés por trabajar, investigar, por superarse, por aprender.
Cuidamos los ambientes, ricos y estimulantes para captar la atención de los destinatarios pero si lo hacemos de forma lúdica para ellos el resultado puede mejorar. Y es aquí donde tiene cabida la LUDIFICACIÓN o GAMIFICACIÓN, como es más conocida. Este último término proviene de Game, juego en inglés, y consiste en poner en práctica en el ámbito educativo un conjunto de técnicas o dinámicas propias de los juegos con el fin de favorecer en la persona las ganas de seguir jugando, participando y aprendiendo.
Desde el aula, la gamificación pretende de manera general mejorar resultados educativos en lo relativo a habilidades, vocabulario, contenidos…Al mismo tiempo, su aplicación permite establecer una fidelidad entre el alumno y el contenido trabajado; permite despertar las ganas por seguir experimentando, jugando y aprendiendo y, por último, permite poder recompensar a la persona en aquellas tareas que no tienen ningún incentivo salvo el aprendizaje.
Puede aplicarse en cualquier entorno independientemente de sus características. Los juegos encierran contenidos lingüísticos que mejoran la expresión oral, amplían vocabulario, trabajan campos semánticos, articulación, conciencia fonética, fonológica, rimas, ritmos … con un sinfín de posibilidades de juego para trabajar con alumnado de infantil, primaria y secundaria incluyendo aquellos que son o no NEAE.
La metodología del juego, además del aspecto lúdico que lleva implícito, puede incluir una escala por grados de dificultad de realización; esto es presentar el juego de manera fácil e ir complicándolo progresivamente. Además podemos establecer un sistema de puntos, de manera que el alumno tenga la necesidad de obtener muchos de ellos para lograr un premio; por ejemplo, se dan puntos cuando resuelvan el juego adecuadamente o cuando el equipo gane un juego, una vez lleguen a diez puntos pueden recibir un diploma, una medalla, un cuento…o lo que la creatividad del maestro le proporcione.
Muchas son las ventajas que nos ofrece la gamificación: destacamos la creación de ambientes agradables para el alumnado en el que se establecen normas de convivencia y de juego para su desarrollo, aumenta su atención y participación sin olvidar la actitud de superación que pueden alcanzar para llegar a la meta o ser ganadores.
Los juegos que se apliquen pueden ser de elaboración propia o no. Destaco algunos de los materiales presentados que podemos adquirir en las tiendas adecuadas en función de los objetivos que pretendemos alcanzar: Monster Kit (Nexo), para trabajar la morfosintaxis, o Abc Dring! (Djeco) y cartas logopédicas si queremos mejorar la articulación o conciencia fonológica; en caso de trabajar el léxico nos centramos en los juegos de Dobble Kids (Asmodée), Sinónimos y Antónimos (Falomir), ¡Vaya Tomate! (Mercurio), Magnetics (Diset); o si queremos trabajar la expresión oral nos inclinaremos por  Time´s up! Kids (Repos), Abremente, Story Cubes o What am I?
Estos son algunos de los ejemplos que podemos trabajar en el aula de manera lúdica a fin de mejorar los resultados educativos en nuestro alumnado. El aprendizaje también se logra jugando.

miércoles, 11 de abril de 2018

¡Error…!, ¡Acierto…! (2) por Pepe Cantillo

¡Error…!,  ¡Acierto…! (2) por Pepe Cantillo, catedrático de Filosofía y antiguo asesor en el Centro de Profesorado de Torrent (Valencia).

En esta segunda parte y jugando con un sonsonete publicitario, pretendo resumir, de la mejor manera posible, un suma y resta de lo que llamaremos “aciertos y errores” que suelen aparecer en el día a día de nuestro menester educativo.
¡Error…! Apunta a probables fallos que podemos cometer en la educación, no por malquerencia sino por una posible ignorancia. No soy quién para dar lecciones, dado que cada cual, como adultos que somos, tiene unas razonables líneas de actuación.
Ser colegas… ¡error!; comprarlos… ¡error!; sobreprotegerlos… ¡error!; negar la evidencia de sus actuaciones… ¡error!; darles todo lo que quieran… ¡error!; taponar la autoridad del otro… ¡error!; sermonearlos… ¡error! Podríamos aducir más y más errores pero no se trata de machacar.
Cada uno de los errores sugeridos anteriormente pueden ser subsanados, buscando con ello que la educación que podamos dar se acerque lo más posible a la que soñábamos conseguir con nuestros hijos y escolares.
En una segunda parte de estas reflexiones en voz alta, que en su momento fueron intercambiadas entre escuela y progenitores (padres, madres, abuelos y abuelas en sustitución de…) en lo que podríamos llamar escuela de padres, quedaron reflejadas algunas líneas de trabajo por las que podríamos movernos.
Pedir ayuda cuando sea necesario… ¡acierto!; predicar con el ejemplo… ¡acierto!; ser consecuentes… ¡acierto!; darles cariño, no mimos… ¡acierto! Acierto sería ser capaces de analizar juntos lo que ha ocurrido, remarcando lo que se ha hecho de forma correcta y en qué se puede mejorar.
Acierto sería que aprendan a desenvolverse solos aunque haya peligro de que puedan tropezar. Nuestro deber es estar cerca de ellos para ayudarles a levantarse (no levantarlos) cuando se caigan.
Acierto es exigirles, sin claudicar, las tareas que sean responsabilidad de ellos (recoger los juguetes los más pequeños, arreglar su habitación, ayudar a poner o quitar la mesa, - ¡ojo! faena que se le debe exigir tanto al chico como a la chica, dado que la igualdad de sexos también se inculca en la familia-). Mientras más les consintamos o les pasemos por alto, más facilidad hay para que se vuelvan déspotas.
¡Gran acierto…! Es imprescindible que el padre y la madre formen un frente común, es decir que estén en la misma línea de exigencia. Las diferencias de criterios educativos y los mensajes contradictorios socaban respeto, autoridad y normas.
Educamos silenciosamente y casi sin querer, sin pretenderlo, por mimetismo me atrevo a decir, cuando al realizar una acción concreta la hacemos de una u otra manera, a eso le llamamos modelo.
Educo cuando voy conduciendo si ofendo o cedo el paso a otro conductor, o me salto el semáforo. Amén de exponerme a un accidente o a una multa, estaremos ante dos tipos de acciones diferentes de valorar. Palabras y hechos concretos son asimiladas con más rapidez de lo que tardamos en decir y hacer.
Educo cuando hablo bien o mal del vecino. Educo cuando pongo la televisión  a toda pastilla porque me entusiasma oír cómo el locutor grita ¡gol-gol-gol!, y de paso que se entere todo el barrio que va ganando mi equipo favorito. Educo cuando, ventanillas bajadas y música a todo gas, proclamo que me encanta tal o cual grupo y de paso quiero avisar al personal que estoy pasando Yo. Contaminación acústica se llama a dicha  actuación. ¿Ecología? Somos ecologistas de envases, vidrios y no mucho más.
¿A dónde vamos por guías en este asunto? Modelos son los padres, hermanos mayores, familiares; también ese deportista señero o esa cantante de plena actualidad que nos gustan y cuyo comportamiento nos va marcando aun sin darnos cuenta. Los patrones están siempre delante de nuestras narices y van dejando su impronta como un perfume -de calidad o no, eso es ya otro cantar-.
Las pautas y los mensajes de los padres van calando hasta ser interiorizados por los hijos, aunque aparenten lo contrario, sobre todo cuando en la adolescencia parece que valoran más la opinión de los iguales que la paterna. No perdamos de vista que educar es una actitud de siembra constante aunque heladas, riadas u otros elementos adversos puedan arrasar parte de la cosecha.
La escuela también remachará valores ya mamados en la familia y de paso fomentará la convivencia, el respeto a compañeros y profesores, la disposición para compartir y un largo etcétera. Esta última actitud les abocaría a la solidaridad con los demás y sobre todo con los más débiles, que lamentablemente son pasto fácil para el acoso. Siempre el débil lleva las de perder. Lamentable, pero cierto.
Desde hace tiempo muchos profesionales venimos proponiendo llevar la escuela a los padres, no los padres a la escuela. Estas reflexiones fueron compartidas en su día ante un colectivo de padres, madres, abuelos, abuelas. Dieron para unas horas de animada charla y permitieron un rico intercambio.
Aprender de los errores nos resultó menos penoso, no por ello menos eficaz; estar receptivos a los éxitos fue gratificante para quienes los ofrecían y útil para quienes los recibieron. El personal estuvo en todo momento abierto, dispuesto a escuchar para aprender de los aciertos y evitar los errores que fueron explicitando en cada reunión. Indudablemente, en la brevedad de estas líneas, no se puede explicitar todo lo que aquella actividad pudo dar de sí.

jueves, 5 de abril de 2018

¡Error…!, ¡Acierto…! (1) por Pepe Cantillo

¡Error…!,  ¡Acierto…! (1) por Pepe Cantillo, catedrático de Filosofía y antiguo asesor en el Centro de Profesorado de Torrent (Valencia).

Las líneas que sugiero en dos entregas se complementan entre sí. Alguien podrá pensar, con toda la razón, que son “más de lo mismo”. Es posible, solo que cuando oímos sobre algo en voz alta (intercambiamos experiencias y opiniones) parece que éstas cobran algo más de sentido. Vamos con la primera parte.
Ser padre dicen que no es difícil pero tampoco nos dijeron que fuera fácil, porque no lo es; tampoco es nada fácil educar. Ésta es una queja repetida, tanto por padres como por docentes, y que en los últimos tiempos se expande como mancha de aceite. ¿Sensibilidad o alboroto porque nos vemos desbordados y es más fácil echar balones fuera? Yo diría que de todo un poco, aunque a veces dudo de casi todo.
Quejas sobre conducta en general, referidas a indolencia, pasotismo, rebeldía, falta de responsabilidad, carácter violento de algún sector de nuestra juventud, desprecio de las normas en casa, en el colegio y en la calle, sin mencionar conductas de abuso como adicciones varias, las estamos oyendo todos los días.
¿Hay más problemas que antes? No lo creo, simplemente estamos más sensibles y es posible que más angustiados por unas circunstancias que parecen desbordarnos. Sí que hay más filones informativos al alcance de todos. Unos positivos y enriquecedores, otros podridos y malolientes cargados de inquina envuelta en bulos.
Me arriesgo a ofrecer unas posibles pautas de actuación para ir por casa. Sigo pensando, no descubro América con ello, que la familia es el puntal básico en este maratón. La educación debe iniciarse desde la edad más temprana, por supuesto en el hogar.
Educar desde la familia es más una cuestión de intuición sazonada de paciencia, de sentido común, que de ciencia y/o de teorías más o menos en boga. De teoría sabemos todos, la práctica es otra cosa y esa práctica hace maestros.
Estamos muy sensibles ante la mal llamada violencia de género que hay que reprobar por deleznable, pero se está pasando por alto la agresividad generada dentro del nido familiar, tanto o más grave que la anteriormente referida en cuanto que es el caldo de cultivo para llegar posteriormente a ella. Hay otros muchos focos de agresividad.
Una correcta educación pide a los progenitores “saber qué es lo que hay que hacer con los hijos para educarlos bien”. Me atrevería a recalcar que es más eficaz saber lo que no hay que hacer para conseguir buenos resultados en este complicado terreno. No estoy planteando un juego de palabras.
- Un error es más peligroso y deja más huella que todos los aciertos que podamos tener. De los errores se aprende y los padres debemos sacarle provecho compartido a los errores para limar, en lo posible, la frustración de los hijos. Aunque nos pueda parecer una barbaridad, el fracaso también enseña.
- Una actitud bastante extendida es la de cerrar los ojos, negar la evidencia o pasar por alto sus errores (del hijo) ante los demás, máxime cuando eso ocurre, y ello es muy frecuente, en el ámbito escolar, porque estamos socavando la autoridad que podamos mantener (a dúo) delante de ellos. A la larga esa actitud-tapón repercutirá sobre los propios padres aunque la estemos manifestando contra los demás: familiares, abuelos, profesores.
- Criarlos en un ambiente de sobreprotección terminará por asfixiarlos, tanto física como psíquicamente, con el consiguiente daño cuando se enfrenten a un resfriado serio, ya sea profesional, moral, social o físico. Protegerlos en exceso no les beneficia.
- Hoy nos movemos en parámetros de “todos tenemos derecho a”, cuestión que resalto frente a un facilón ¡toma, para que te calles! consentidor y chantajeante, que solemos practicar en muchas ocasiones. Hablemos de deberes y no precisamente escolares.
- Quiero esto y esto y aquello…, sería la cantinela que subyace en el manido “tengo derecho a...”. Hay que darles pero con criterio, con racionalidad, no con veleidad. Frente a un fiero consumismo, hagamos hincapié en la necesidad. Lo recomendable es no ceder ante los caprichos, actuando con firmeza al negar la demanda, sin alterarse, sin gritar ni reñir. La frustración también educa.
- Ya hemos oído en repetidas ocasiones que estos pequeños tiranos presionan y aprietan hasta el máximo posible. El tope debemos ponerlo los mayores. Es necesario fijarles normas, hábitos positivos y límites. El no también educa.
- Actitudes de resentimiento, intolerantes, despreciativas, humillantes hacia los demás serán fácilmente captables y asumibles por los pequeños si habitualmente las maman directamente de los mayores. Enseñémosle a ser generosos, no rencorosos. Transmitir valores de respeto, tolerancia, sentido de la justicia, etc., es básico desde el hogar.
- Otro error que solemos cometer en educación es intentar comprarlos, chantaje se le llama a esa actitud, sea por medios materiales o emocionales. Pactar con ellos para obtener un compromiso por su parte es productivo. Ponernos siempre de su lado sólo enmascara las circunstancias que más pronto que tarde se volverán contra nosotros.
- El niño espera, desde su corta experiencia, que el adulto se comporte como adulto. Si actuamos ante ellos como niños estamos confundiéndolos y desdibujando el papel del adulto. Por contra pretender ser “colegas” en lugar de desempeñar el papel de padres, no les transfiere un modelo serio y respetable. Desengañémonos: no somos colegas, somos adultos de los que esperan instrucciones claras para poder transitar por la vida.
- La sabiduría popular dice que “un ejemplo vale más que mil palabras”. Con ello quiero incidir en un hecho demostrado: los niños no reaccionan ante nuestras monsergas, sino ante nuestros hechos porque los discursos les aburren, las palabras se las lleva el viento. Solo permanecen y calan los ejemplos (positivos o negativos).
- Regla de oro a tener presente en el ámbito familiar: hay que unificar criterios y actuar con firmeza. Suele ser significativo que ante un mayor (padre, madre, abuelos) exigente, duro, siempre hay otro flexible, benevolente, permisivo. Cuando se da esta dicotomía la batalla está perdida. Recordemos que los críos y los no tan críos, son bisoños pero no retrasados. Como paradójicos e incompetentes podremos aparecer los adultos si minusvaloramos sus capacidades afectivas, intelectuales y decisorias.