miércoles, 11 de abril de 2018

¡Error…!, ¡Acierto…! (2) por Pepe Cantillo

¡Error…!,  ¡Acierto…! (2) por Pepe Cantillo, catedrático de Filosofía y antiguo asesor en el Centro de Profesorado de Torrent (Valencia).

En esta segunda parte y jugando con un sonsonete publicitario, pretendo resumir, de la mejor manera posible, un suma y resta de lo que llamaremos “aciertos y errores” que suelen aparecer en el día a día de nuestro menester educativo.
¡Error…! Apunta a probables fallos que podemos cometer en la educación, no por malquerencia sino por una posible ignorancia. No soy quién para dar lecciones, dado que cada cual, como adultos que somos, tiene unas razonables líneas de actuación.
Ser colegas… ¡error!; comprarlos… ¡error!; sobreprotegerlos… ¡error!; negar la evidencia de sus actuaciones… ¡error!; darles todo lo que quieran… ¡error!; taponar la autoridad del otro… ¡error!; sermonearlos… ¡error! Podríamos aducir más y más errores pero no se trata de machacar.
Cada uno de los errores sugeridos anteriormente pueden ser subsanados, buscando con ello que la educación que podamos dar se acerque lo más posible a la que soñábamos conseguir con nuestros hijos y escolares.
En una segunda parte de estas reflexiones en voz alta, que en su momento fueron intercambiadas entre escuela y progenitores (padres, madres, abuelos y abuelas en sustitución de…) en lo que podríamos llamar escuela de padres, quedaron reflejadas algunas líneas de trabajo por las que podríamos movernos.
Pedir ayuda cuando sea necesario… ¡acierto!; predicar con el ejemplo… ¡acierto!; ser consecuentes… ¡acierto!; darles cariño, no mimos… ¡acierto! Acierto sería ser capaces de analizar juntos lo que ha ocurrido, remarcando lo que se ha hecho de forma correcta y en qué se puede mejorar.
Acierto sería que aprendan a desenvolverse solos aunque haya peligro de que puedan tropezar. Nuestro deber es estar cerca de ellos para ayudarles a levantarse (no levantarlos) cuando se caigan.
Acierto es exigirles, sin claudicar, las tareas que sean responsabilidad de ellos (recoger los juguetes los más pequeños, arreglar su habitación, ayudar a poner o quitar la mesa, - ¡ojo! faena que se le debe exigir tanto al chico como a la chica, dado que la igualdad de sexos también se inculca en la familia-). Mientras más les consintamos o les pasemos por alto, más facilidad hay para que se vuelvan déspotas.
¡Gran acierto…! Es imprescindible que el padre y la madre formen un frente común, es decir que estén en la misma línea de exigencia. Las diferencias de criterios educativos y los mensajes contradictorios socaban respeto, autoridad y normas.
Educamos silenciosamente y casi sin querer, sin pretenderlo, por mimetismo me atrevo a decir, cuando al realizar una acción concreta la hacemos de una u otra manera, a eso le llamamos modelo.
Educo cuando voy conduciendo si ofendo o cedo el paso a otro conductor, o me salto el semáforo. Amén de exponerme a un accidente o a una multa, estaremos ante dos tipos de acciones diferentes de valorar. Palabras y hechos concretos son asimiladas con más rapidez de lo que tardamos en decir y hacer.
Educo cuando hablo bien o mal del vecino. Educo cuando pongo la televisión  a toda pastilla porque me entusiasma oír cómo el locutor grita ¡gol-gol-gol!, y de paso que se entere todo el barrio que va ganando mi equipo favorito. Educo cuando, ventanillas bajadas y música a todo gas, proclamo que me encanta tal o cual grupo y de paso quiero avisar al personal que estoy pasando Yo. Contaminación acústica se llama a dicha  actuación. ¿Ecología? Somos ecologistas de envases, vidrios y no mucho más.
¿A dónde vamos por guías en este asunto? Modelos son los padres, hermanos mayores, familiares; también ese deportista señero o esa cantante de plena actualidad que nos gustan y cuyo comportamiento nos va marcando aun sin darnos cuenta. Los patrones están siempre delante de nuestras narices y van dejando su impronta como un perfume -de calidad o no, eso es ya otro cantar-.
Las pautas y los mensajes de los padres van calando hasta ser interiorizados por los hijos, aunque aparenten lo contrario, sobre todo cuando en la adolescencia parece que valoran más la opinión de los iguales que la paterna. No perdamos de vista que educar es una actitud de siembra constante aunque heladas, riadas u otros elementos adversos puedan arrasar parte de la cosecha.
La escuela también remachará valores ya mamados en la familia y de paso fomentará la convivencia, el respeto a compañeros y profesores, la disposición para compartir y un largo etcétera. Esta última actitud les abocaría a la solidaridad con los demás y sobre todo con los más débiles, que lamentablemente son pasto fácil para el acoso. Siempre el débil lleva las de perder. Lamentable, pero cierto.
Desde hace tiempo muchos profesionales venimos proponiendo llevar la escuela a los padres, no los padres a la escuela. Estas reflexiones fueron compartidas en su día ante un colectivo de padres, madres, abuelos, abuelas. Dieron para unas horas de animada charla y permitieron un rico intercambio.
Aprender de los errores nos resultó menos penoso, no por ello menos eficaz; estar receptivos a los éxitos fue gratificante para quienes los ofrecían y útil para quienes los recibieron. El personal estuvo en todo momento abierto, dispuesto a escuchar para aprender de los aciertos y evitar los errores que fueron explicitando en cada reunión. Indudablemente, en la brevedad de estas líneas, no se puede explicitar todo lo que aquella actividad pudo dar de sí.

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