miércoles, 23 de abril de 2014

Inteligencia emocional y neurodidáctica: un reto para el docente, por Isabel Cárdenas Talaverón

Inteligencia emocional y neurodidáctica: un reto para el docente, por Isabel Cárdenas Talaverón, profesora de Geografía e Historia en el IES Francisco de los Ríos de Fernán-Núñez.

Todos sufrimos alguna vez conflictos de tipo emocional, cada día vemos vivencias de este tipo en los adolescentes de nuestras aulas, quienes quizás las vivan más intensamente, al estar sometidos a fuertes cambios no solo corporales, también emocionales. Cambios y vivencias que les hacen estar sometidos a fuertes tensiones, presiones familiares, sociales y académicas. Tal puede ser la forma de vivir estos conflictos que puede llevarles a muchos a sufrir desequilibrios emocionales como conflictos internos, ansiedad, estrés, violencia, depresión, consumo de drogas, angustia, trastornos de la conducta alimentaria, déficit de atención o trastornos de hiperactividad...
Puede considerarse una exageración que sea causa única de esos conflictos un trastorno y desequilibrio en sus pautas de conducta y habilidades sociales, pero sí es indudable que detrás de ellos subyace un verdadero analfabetismo emocional patente en los jóvenes adolescentes que forman parte de nuestros Centros educativos.
Es un hecho constatado en nuestros alumnos y alumnas la falta de expresión y regulación emocional. De la misma manera es otro hecho constatado que las emociones siempre se han considerado un hecho tabú en las aulas y en el sistema educativo: no podemos expresar las emociones si no sabemos controlarlas, el mundo emocional no está contemplado en nuestro sistema educativo. Pocas veces nos hemos preguntado como docentes ¿qué son la emociones, sería oportuno que las emociones formaran parte del clima del aula?
En el diccionario de neurociencia de Mora y Sanguinetti (2004), se define la emoción como “una reacción conductual y subjetiva producida por una información proveniente del mundo externo o interno (memoria del individuo). Se acompaña de fenómenos neurovegetativos, siendo el sistema límbico la parte importante del cerebro relacionado con la elaboración de las conductas emocionales”.
Desde el descubrimiento del circuito de la emoción de Papez en 1937 hasta las últimas investigaciones y hallazgos actuales de A. Damasio en el campo de la Neurociencia, son muchos los trabajos de investigación en este terreno. En lo que al campo docente nos afecta, las recientes investigaciones ponen de manifiesto que para comprender el proceso de  aprendizaje, es necesario aunar diferentes ramas de la ciencia. De esta manera, el docente debería comprender y estudiar la cartografía cerebral desde la Neurología, a la vez que las actuales  innovaciones educativas desde la Pedagogía y la Psicología. Hoy día sabemos que es precisamente la “Emoción“ la que posibilita el conocimiento y el aprendizaje. ¿Quién de nosotros, de pequeños, no recuerda la imposibilidad o rechazo al aprendizaje de cierta materia simplemente por el terror que nos causaba el profesor que la impartía hasta el punto de haber padecido estrés, miedo o tensiones en la escuela? En esa inhibición al aprendizaje actúa la memoria emocional negativa, bien guardada en la amígdala de nuestro sistema límbico, responsable de bloquear el proceso de aprendizaje cuando llegaba al aula el profesor que nos aterrorizaba. Sistema implicado en la regulación emocional, resolución de problemas y control de los impulsos. Es por ello inevitable pensar que emoción, sentimiento y aprendizaje estén relacionados.
Lo importante sería recurrir, por una parte, a nuestra plasticidad cerebral y, por otra parte, utilizar nuestra Inteligencia Emocional como medio de un mejor aprendizaje y rendimiento a través de la puesta en marcha de nuestras competencias socioemocionales, entendiendo por tal y siguiendo la definición de R. Bisquerra: “La competencia emocional se entiende como el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales (Bisquerra, 2003)”.
Desde el punto de vista docente y recordando a ese hipotético profesor causante de una respuesta inhibidora del aprendizaje, nuestra misión sería conseguir un desarrollo integral de nuestros alumnos y alumnas no solamente en el plano cognitivo, también en el emocional. Puede que en este sentido aboguen las últimas tendencias innovadoras en Pedagogía: la Neurodidáctica, la Neurociencia aplicada al aprendizaje, o la Pedagogía Sistémica.
Gehard Preiss, catedrático de la universidad de Friburgo, fue en 1988 el impulsor de este nuevo concepto al que nos hemos referido, la Neurodidáctica. Esta nueva disciplina aúna los conceptos que se van a aprender, la manera como se presentan y el estado emocional en el que se encuentra la persona que va a impartir los contenidos y aquélla que los va a aprender; es decir, Biología, conocimientos y Educación.
El Neuroaprendizaje pretende acabar con el mal que aqueja a la Enseñanza en la actualidad: profesores afectados por el síndrome de burnout, frustrados y deseosos de la ansiada jubilación, y aprendices desmotivados, distraídos, aburridos y con malos y, en el mejor de los casos, bajos rendimientos académicos. En definitiva, poner fin a la poca garantía de éxito escolar que padecemos actualmente.
A través de las publicaciones de la Biblioteca de Innovación Educativa, Begoña Ibarrola recoge algunos de los principales proyectos y experiencias de innovación educativa siguiendo las directrices de la Neurodidáctica a nivel internacional: la Universidad de Cambridge es líder internacional con un Centro para la Neurociencia en Educación, con un número elevado de investigadores trabajando en este terreno; la Universidad de Harvard imparte el programa “Mind, Brain and Education” (MBE); el Laboratorio de Aprendizaje de Dinamarca (LAD); el Instituto de Ciencia y Tecnología para la Sociedad; el Centro de Transferencia de la Neurociencia y el Aprendizaje de Ulm en Alemania (ZNL). Tal es la importancia que está adquiriendo este campo en la educación que en 2004 se creó la Sociedad Internacional de la Mente, el Cerebro y la Educación (IMBES), organizando conferencias y talleres que promueven este campo novedoso, y hasta un foro de diálogo e investigación, la revista Mind, Brain and Education.
Las investigaciones de estos Centros ponen de manifiesto la importancia de la regulación emocional como competencia básica de la Inteligencia Emocional y pieza clave en el proceso de enseñanza-aprendizaje de todo alumno y alumna que se considere con madurez conceptual y competente emocionalmente.
Aunque las investigaciones en Neurociencia y en Neurodidáctica avanzan a pasos agigantados internacionalmente y con experiencias ya consolidadas, en nuestro país los Centros de investigación pioneros en Inteligencia Emocional aplicada a la educación como el GROP (Grup de Recerca en Orientació Psicopedagógica) en Cataluña, dirigido por el Profesor Rafael Bisquerra, o las investigaciones del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga, liderado por Pablo Fernández-Berrocal, se centran solamente aún en el papel de las emociones en el proceso de aprendizaje y rendimiento escolar. Es de destacar que desde el 2004 la Universidad Internacional de la Rioja aspira ya a formar docentes con Máster en Neuropsicología y Educación, bajo la dirección de Anna Forés, y J. Ramón Gamo oferta el mismo Máster en el Centro CADE de Madrid.
Lejos aún de tener en nuestras aulas andaluzas docentes expertos en Neurociencia y Neurodidáctica, es cierto que las actuales corrientes de innovación educativa apuestan por conseguir un nuevo reto, el de insertar la Inteligencia Emocional en nuestras aulas, formar a un docente emocionalmente inteligente, para crear del aula, y con palabras de Begoña Ibarrola, “un auditorio emocionante”.
Pensemos que si en este auditorio reina un ambiente en el que prima la represión por miedo al parte de conductas contrarias a la convivencia, un ambiente estresante y poco o ningún vínculo entre docente y alumno, la incapacidad de aprendizaje y el desequilibrio emocional están servidos en bandeja. Recordemos lo que Platón escribió hace más de dos mil años:” La disposición emocional del alumno determina su habilidad para aprender”.
La Inteligencia Emocional y competencias emocionales del docente, pieza clave en el proceso de enseñanza, parte indudablemente de la relación consigo mismo. ¿Qué nos motiva cada día al comienzo de la jornada escolar?, ¿cuáles son nuestros objetivos más allá de los que atañen a los contenidos curriculares?, ¿cuáles son nuestras inseguridades?, ¿cuál nuestra capacidad de interesar o aburrir al adolescente?, y ¿cuál es nuestra capacidad de transmitir emoción en aquello que se enseña? De las respuestas depende el establecer en el auditorio un vínculo o un distanciamiento.
Me ha parecido interesante resumir las categorías que apuntan Daniel y Michel Chabot en las cuales debe basarse un profesor par educar en un clima favorable al aprendizaje y que considero acorde con las premisas de la Inteligencia Emocional, así como algunos elementos claves obtenidos de las investigaciones de J. M. Chavín(1999) y Begoña Ibarrola (2013), que nos orientan hacia la consecución de un aprendizaje con éxito y emocionalmente inteligente:  el profesor debe saber comunicar, mostrar empatía, saber escuchar, tener entusiasmo por lo que hace, motivar, mantener la disciplina y ser disciplinado, mostrar pasión por su trabajo, abierto de mente, establecer vínculos y adaptarse a los alumnos estableciendo diversidad de métodos pedagógicos, premiando verbalmente los logros adquiridos o sancionando la mala conducta con diplomacia, creando un ambiente calmado, seguro y tolerante, sin hacer del error un drama, favoreciendo el bienestar subjetivo, debe mantener el autocontrol en una situación tensa en el aula, valorar las capacidades y saber evaluar ante la diversidad, debe dejar en casa sus problemas personales y centrarse en los de sus alumnos, a los que mostrará seguridad y capacidad de resolución del problema. No debemos olvidar involucrar las emociones en el aprendizaje, y descubrir cuáles son las habilidades de cada uno en el marco de las Inteligencias Múltiples de Gadner. No dejar a un lado el papel de las familias en el proceso de aprendizaje. Un clima de aulas emocionalmente competentes debe tener presente a las familias en el proceso educativo.
Si a los docentes, además de estas competencias, añadimos una sólida formación en Neurociencia y Neurodidáctica, con un alto conocimiento de anatomía del cerebro, de los factores de aprendizaje, de lesiones y trastornos que dificulten el aprendizaje, sobre plasticidad cerebral y su aplicación al entorno educativo y con alto conocimiento del mundo emocional, además de un sólido apoyo de la Administración Educativa facilitando al docente el tiempo y la infraestructura adecuada para convertir los centros educativos en escuelas-laboratorios de aprendizaje e investigación sobre cómo actúa el cerebro y la mente en ese proceso de aprendizaje. Entonces, sería difícil pensar que no esté garantizado el éxito académico. Pero para muchos, con tales premisas ser docente se puede convertir en una empresa titánica solamente al alcance de unos pocos.
Por ahora sería alentador que los docentes mostrasen un entusiasmo por el conocimiento de sus competencias socioemocionales y un deseo de entender cómo funciona y aprende el cerebro, de manera que este conocimiento nos sirva en la práctica diaria de nuestra labor educativa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente ensayo, gracias.

Zaharai dijo...

Muy interesante, espero que me sirva de utilidad. Gracias.

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