jueves, 16 de noviembre de 2017

Malevolencia humana, por Pepe Cantillo

Malevolencia humana, por Pepe Cantillo, catedrático de Filosofía y antiguo asesor en el Centro de Profesorado de Torrent (Valencia).

El deterioro de las relaciones interpersonales se ha convertido en un serio problema, yo diría que crónico. Vivimos en una sociedad cada vez más soliviantada. El tema nos lleva a valorar la agresividad, la violencia que se despliega en la familia, en las calles o en numerosos contextos sociales, políticos y deportivos.
¿Estamos enfermos de desafecto? Parece ser que sí a la vista de un cúmulo de incidentes cargados de malquerencia, desprecio y hasta de enconado rencor. El ambiente que nos rodea no es un paraíso y no digamos nada del panorama mundial que día a día parece que amanece con mayores nubarrones de tensión. Para nuestra desgracia, como especie y como seres inteligentes, la violencia está muy presente en todo nuestro entorno.
La Etología estudia el comportamiento de los animales en general, y también del ser humano, pues compartimos características comunes como seres vivos. Para los etólogos está claro que los animales atacan por comida, para defenderse y proteger el territorio o a los suyos. Dicha conducta cesa cuando desaparecen las causas desencadenantes.
En el caso humano la Psicología no dice que seamos violentos por naturaleza. Hacer daño de manera intencionada y planificada es una forma de conducta aprendida que depende de factores sociales y culturales. Claros ejemplos podrían ser el acoso sexual, social o político que ejercemos sobre otras personas, o ¿hay que llamarle escrache (romper, destruir, aplastar) que suena más fino y enmascara mejor las realidades?
En el libro “Las semillas de la violencia”, el psiquiatra Luis Rojas Marcos remarca lo siguiente: “las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de vida, se cultivan y desarrollan durante la infancia y comienzan a dar frutos malignos en la adolescencia”.
La violencia se aprende y también deja huella si hemos sido violentados o nos la han inculcado en esas primeras etapas de la vida. Una vez más hay que recordar que los modelos que tenemos en nuestro entorno moldean, en su conjunto, tanto el carácter como la personalidad.
Parafraseando a Rojas Marcos, la vida humana se asienta sobre tres pilares básicos: la violencia, el dinero y el conocimiento. Desde el momento en que nacemos la violencia nos marca, el dinero nos quita el sueño y sólo el conocimiento nos salva de convertirnos en brutos totales. Y aun así la sensatez lo tiene bastante difícil.
La agresividad presenta dos caras. En un sentido negativo se entiende como “tendencia a actuar o a responder violentamente” (sic); en un significado que podríamos calificar de positivo se asocia con la acometividad, entendida como “decisión  para emprender algo y arrostrar sus dificultades” (sic).
Una cuestión parece clara: los humanos practicamos la agresividad con bastante alegría. La violencia es una enfermedad grave que está invadiendo nuestro cuerpo social, quizás porque hemos perdido el respeto más elemental a las personas, quizás porque matar no sale caro, quizás porque nos divierte vivir peligrosamente jugando al límite.
Casi sin darnos cuenta nos hemos vuelto terriblemente agresivos, quisquillosos con la presencia del otro que parece que nos molesta y por esa misma supuesta razón le agredo a la mínima ocasión. Agresividad que se huele en la calle, en una manifestación, en el conductor que ha hecho una de “jaimito” y para colmo muestra su dedo corazón en señal de insulto y desprecio.
Hay muchas variantes de violencia: guerras con lo que conllevan de sufrimiento, terror, muerte; violencia política ejercida desde el poder y contra el poder; violencia doméstica donde, por desgracia, las mujeres siguen llevando las de perder; violencia de padres a hijos y de hijos a padres, factor este que parece está aumentando; violencia xenófoba; violencia psicológica ejercida desde diversos frentes (en la publicidad, cine); violencia alrededor de determinados deportes; violencia bullanguera o gratuita en las calles que destruye lo que encuentra a su paso.
Aunque las causas de todo conflicto son muy diversas (discriminación étnica, lucha por el territorio, represión política, ideologías, creencias religiosas), en la mayoría de los casos subyace un reparto injusto de la riqueza y el intento de una minoría por mantener sus privilegios.
La agresividad humana ha sido justifica desde distintos frentes: biológico, psicológico, social, económico, cultural, político, religioso. ¿Cuál o cuáles serían las razones de tal comportamiento? Una tesis muy extendida afirma que los humanos somos malévolos, crueles “homo homini lupus”. En esencia hay que admitir que la convivencia provoca, con frecuencia, situaciones que ponen en marcha los mecanismos de la agresividad.
¿Qué contribuye a ello? En el amplio abanico humano existen sujetos envidiosos, egoístas, vengativos, psicópatas, tiranos y violadores, asesinos, “odiadores”, y un largo etcétera. En la otra cara podemos encontrar, afortunadamente, una inmensa mayoría de personas compasivas, tolerantes, benevolentes, abnegadas, generosas, serviciales. Eso nos salva, hasta el momento, de un apocalipsis final. Afortunadamente.
El panorama refleja la cara oscura que oculta un catálogo de valores por los que merece la pena luchar. Para erradicar comportamientos nocivos hay que implementar valores positivos como la convivencia, la empatía, la solidaridad, la paz, la libertad, la justicia, sobre todo social… Valores, todos ellos, que están en la Carta Magna de los Derechos Humanos. Volveremos sobre el tema.




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