jueves, 12 de noviembre de 2015

Las vacaciones de la discordia, por Rafael Japón Luján

"Las vacaciones de la discordia", por Rafael Japón Luján, profesor de Física y Química en el IES Maimónides de Córdoba.

Julio, ese mes de vacaciones “extras” que tenemos los docentes y que nos obliga a decir muy bajito cuándo volvemos a trabajar, mirando hacia atrás como si hubiéramos cometido un delito, que el verano se nos ha hecho corto. Hace tiempo que yo me cansé de pedir disculpas por él. Para empezar ese julio lo pagamos muy bien los profesionales de la educación. Somos los funcionarios de nuestras categorías que menos cobramos y julio es uno de los principales motivos de esta minusvalía en nuestros sueldos. Ese mes lo pagamos nosotros y muy caro además. Por otro lado, todo el mundo es libre para ser docente. El que piense que este trabajo es la pera limonera, que lo intente.

Pero, por otro lado, habría que ir pensando si esa enorme fuerza de trabajo que suponen los miles de docentes de este país deben estar en stand-by esos dos meses. Porque sé de muchos casos en el que este paro es obligado. Sería muy útil que los profesionales que así lo deseasen pudieran estar desarrollando su potencial también en parte de estas vacaciones. Incluso, se me ocurre, que este mes podría utilizarse para probar diversos métodos que no pueden aplicarse durante el curso escolar ordinario, ya sea por falta de tiempo, estrechez de programas u otro tipo de problemática. Estoy seguro de que serían muchos los estudiantes que se aprovecharían de este tipo de iniciativas, no solo, como pudiera pensarse, los alumnos con más dificultades académicas. Podríamos darle vida a muchos laboratorios que hay cogiendo polvo en los centros, acercar a los niños de verdad a la lectura o al cine, realizar sencillos proyectos de investigación, probar si el moderno aprendizaje por proyectos es tan bueno como pregonan sus adeptos, y muchas más ideas que a cualquier profesional con inquietudes (que los hay a decenas de miles) se le ocurrirían en un par de minutos.
Eso sí, no a cualquier precio. Para empezar los centros deben estar equipados para que se pueda trabajar en ellos en verano. Deben tener la climatización adecuada y los proyectos deben tener su partida presupuestaria correspondiente, aunque esta sea pequeña. Y, por supuesto, el profesional que se pringue en estas iniciativas debe estar reconocido y, en este caso, no hay mayor reconocimiento que el dinero. En absoluto este trabajo se paga solo con la nómina de julio porque es un extra. Sería un fracaso absoluto obligar a toda la plantilla a que estuviera en los centros durante julio, pero nos sorprenderíamos de la cantidad de maestros y profesores que pondrían su talento a disposición de los chicos también en verano de forma voluntaria aunque, repito, no desinteresada. Un Estado poderoso debe aprovechar todo su potencial y quizá no deba permitirse que su materia gris esté ociosa durante tanto tiempo. Invertir en talento es la mejor de la inversiones.

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