lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Debe la educación fomentar la competitividad?

En su exposición de motivos, la LOMCE señala que “mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por un futuro mejor.”

El motivo “lógico” que impulsa esta reforma “se basa en la evolución hacia un sistema capaz de encauzar a los estudiantes hacia las trayectorias más adecuadas a sus capacidades, de forma que puedan hacer realidad sus aspiraciones y se conviertan en rutas que faciliten la empleabilidad y estimulen el espíritu emprendedor.”
Por contra, en el artículo que escribió para esta revista, Miguel Ángel Santos Guerra opina que “una ley que comienza diciendo que el fin fundamental de la educación es el desarrollo de la competitividad… garantiza que haya personas que, de partida, están condenadas al fracaso”.
Para este Doctor en Ciencias de la Educación y catedrático de la Universidad de Málaga, “a la ley le importa la dimensión técnica.  El resultado, la competitividad, la eficacia. Pero no la dimensión ética. Importa, en definitiva, que quienes ganan sean “los mejores”. Y también importa ir descartando en sucesivas eliminatorias a “los peores”. Por eso, entre otras muchas cosas, no me gusta la ley. Porque es  una ley cruel”.
¿Y tú, qué opinas?

4 comentarios:

Antonio Soriano dijo...

Pues depende de que sociedad queramos construir o destruir, según se mire. Son claras y evidentes las consecuencias de un modelo económico competivo: injusticia social, paro o sub empleo, reparto injusto de la riqueza, destrucción medioambiental, etc.. Es un modelo agotado, y aferrarse a él en sus últimos coletazos, un error, porque supone educar a nuestros hijos bajo claves que no les servirán en su vida de adultos (ni en la de niños).
Pero según se lee y deduce de esta ley de educación, es más fácil repetir modelos caducos que ser avanzadilla de un nuevo modelo.
La cooperación es la alternativa, siempre y cuando reaprendamos o recordemos, que lo importante no es "ganar más" sino ser más felices.

R. Mendoza dijo...

La competencia siempre fue un factor positivo. La educación hace que las personas sean más libres pero no puede obviarse que aparte de una educación en valores, la misma debe encauzarse a que las personas consigan las metas que se proponen. En este sentido si no somos capaces de crear personas competitivas que se puedan introducir sin problemas en el mercado de trabajo gracias a una educación de calidad, no alcanzaremos completamente nuestra misión, por más que los valores sigan siendo básicos. ¿Acaso no puede ofrecerse una educación competitiva y ética al mismo tiempo?

Jose de Historia dijo...

En multitud de ofertas de trabajo se pide un perfil "que sepa trabajar en equipo", pues se sobreentiende que las capacidades personales de cada uno se potenciarán en el caso de poder actuar de forma conjunta al resto de miembros de un grupo, y en ese caso se prima el interés general (la empresa) al individual (currículo personal) con el fin de obtener un rédito económico y un prestigio global.

Una educación que mire hacia el futuro empresario o trabajador, en mi opinión, debe potenciar que los alumnos sean "los mejores" trabajando en equipo, y en ese caso será competitivo todo el grupo, no sólo alguno de los individuos que lo conforman. Un Messi o un Cristiano Ronaldo puede ser determinante en un partido, pero si no son capaces de jugar en equipo difícilmente pueden ganar un título; y en el aula y en la empresa pasa exactamente lo mismo, hay que favorecer que los alumnos puedan desarrollar sus destrezas y sus conocimientos de forma individual, pero siempre haciendo hincapié en que la sociedad la conforman más personas con las que debemos colaborar/ayudar/participar/etc.

Antonio Soriano dijo...

Cuando se compite, podemos tener la seguridad de que algo ocurrirá: habrá un perdedor. Que estemos acostumbrados a que esto ocurra o incluso a que haya sido lo más habitual durante siglos, no es motivo para que no seamos creativos en la búsqueda de otras vías para afrontar los nuevos retos que salen a nuestro encuentro.
El lenguaje es perverso, y me da la impresión que estamos perdiendo el norte cuando confundimos los valores y objetivos que debe tener la educación: no es crear seres productivos sino seres plenos y felices.
Así nos va.

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